Como nuestro depa no es muy grande, pusimos sus respectivas camas en la sala, que es donde más tiempo nos la pasamos ya que tanto a Mr D como a mí nos encanta ver televisión. Los dos canes no opusieron resistencia y se la pasaban echados junto a nosotros, luego de entender que no les íbamos a permitir treparse al sillón como lo hacen en su propia casa.
Todo fue bien el primer día que fuimos al parque con ellos. Lucian es un perro ya de 13 años de edad por lo que con una caminata corta, es suficiente para que haga pipí y popó en el área destinada para ese propósito justo en la esquina de la casa. Pero Zeb, es un jack russell de 3 años con una energía capaz de cansar a un niño de 10, por lo que él puede pasar horas y horas detrás de una pelota de goma sin el menor esfuerzo. El caso es que después de hora y media de estar en el parque, en una de esas que Zeb me devolvió la pelota por enésima vez, lo até a la correa y nos fuimos a casa.
El segundo día de parque, estábamos jugando de nuevo a la pelota cuando llegó una labrador hermosa, pero demasiado "juguetona" que tomó la pelota de Zeb cuando éste se distrajo oliéndole la cola a otro perro y se metió entre los arbustos fuera de la vista de todos los que estábamos ahí. Generalmente, su dueña va tras ella y le quita la pelota para devolvérsela al blanquito (que es como yo llamo a Zeb); pero esta vez, la dueña estaba echando el chal con otras que van a la misma hora a pasear a sus perros y no se percató de la acción.
Veinte minutos desepués, salió la labrador de entre su escondite pero SIN pelota. Después de hora y media de querer atraer a Zeb, una pareja que ni siquiera llevaba perro, nos ayudó a acorralarlo y como él para este entonces ya estaba asustado de que todo el mundo quisiera atraparlo, se acurrucó junto a la cerca pero debajo de los arbustos tupidos que sirven como barrera para evitar que se metan al parque tanto humanos como perros cuando éste está cerrado. Ahí voy, a gatas, ensuciándome los jeans porque la tierra estaba húmeda, arañandome la cara contra las ramas entretejidas, apenas si percibiendo la mancha blanca a unos tres metros de mí cuando veo que se incorpora en dos patas y saca la cabeza hacia el otro lado como queriendo brincarse. Me entró el pánico porque dije, si alcanza la calle, no lo volvemos a ver. Así que le grité a Mr D para que se diera la vuelta y lo agarrara a media maroma y así lo hizo, aunque el perrillo no tenía oportunidad de pasar su rechonchito cuerpo por enmedio de los barrotes. Mr D lo sujetó del collar y lo detuvo hasta que yo pude alcanzarlo y sacarlo a rastras de donde estaba.
Eran casi las 5:30 pm, ya estaba oscuro y hacía un frío de no mames. No regañamos al blanquito porque vimos que estaba tan asustado como nosotros proecupados, por lo que sólo nos fuimos directo a casa. En consecuencia, no hubo más paseos por el parque, sólo caminatas largas y siempre con la correa. El resultado fue que sus dueños cuando regresaron lo vieron más rechonchito. La buena vida que se llevó con nosotros durante casi una semana.
Uno de ellos nos preguntó si nos íbamos a animar ahora a comprar una mascota y yo dije que no. Sorprendido me preguntó el porqué y las razones son varias. Para empezar, nosotros que adoramos levantarnos tarde tuvimos que hacer excepciones ya que a las 7 am, Zeb empezaba a arañar la puerta de la recámara (sutil siempre, eso sí) y a hacer ruiditos como diciendo, a ver a qué horas me sacan a hacer pis. Y así sacarlos 3 veces por día con el frío que hace en esta temporada. Luego, Mr D es super ordenadito, limpio, y meticuloso y se la pasaba quejándose de que había pelos en el tapete, en los sillones, y hasta donde no los había él los veía. Estas quejas me desesperaron al segundo día y tuvimos discusiones t-o-d-a la semana debido a los perros; que si quería dormir más y teníamos que sacarlos, que si no se podían quedar solos y él quería salir (el problema es que Zeb al menor ruido empieza a gruñir y nuestros vecinos son muy mamilas), que si quería ponerse la pijama y no podía porque antes de dormir tenía que sacarlos otra vez, que si el tapete ahora estaba lleno de pelos y hasta una bufanda podías tejer con ellos, que si la arena que les quedaba en las patitas, que si tal, que si cual otro.
No cabe duda que a sus 40 años, Mr D no está acostumbrado a vivir con animales y yo no lo voy a obligar a que cambie eso. No sé si "mi marido no quiere al perro" sea una causal de divorcio y tampoco quiero averiguarlo. Prefiero seguir con él tan bien como estamos ahora, aunque no tengamos mascota. Total, cuando visitemos a los vecinos de todas maneras veremos al blanquito y a Lucian. Dicen que a los ajenos se les quiere más.
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