Recién llegada de mi boda en México, y apenas habituándome de nuevo a la vida en Bruselas, empecé a sentirme un poco "rara". Pensé que por efecto del jetlag tenía más sueño que de costumbre. Sin embargo, ya no me pareció tan normal cuando la comida empezó a darme asquito (!!!!) y mis bubis empezaron a sentirse inflamadas y adoloridas. Primero supuse que era porque mi período se acercaba. Luego, los días pasaron, hice cuentas y resultó que hacía 50 días de la última vez que me visitó el famoso "Andrés". Qué podría ser????
Tres días después de los primeros síntomas, visitamos a mi suegra y Mr. D comentó los hechos. Ella sin inmutarse siquiera dijo con toda la naturalidad del mundo que un embarazo era probable, y me dirigió una mirada dulce pero pícara. Nos aconsejó esperar unos días más para comprar el test casero y hacérmelo.
Toda esa semana yo seguí igual. Hasta siento que bajé de peso porque el asco no me dejaba comer casi nada. No me dejaba ver tele, ni siquiera toleraba el olor del café; y ni qué decir del cigarro: Mr. D ya fuma en el balcón. En fin, que hasta el viernes pasado decidí que no podía más con la incertidumbre y fuimos a la farmacia. La chunche nos costó 7,50 euros y yo no quise ni siquiera cargar la bolsita.
Mi cerebro llevaba días trabajando en las posibilidades. Tenía miedo del resultado. De cualquiera que este fuera. Había pedido a Dios y al Universo que me enviaran un hijo. Ahora estaba a punto de descubrir si mis rezos habían sido escuchados. Y en caso de que fuera una falsa alarma, sabía que mi corazón se rompería en mil pedacitos, pero como mi esposo me dijo: podríamos volver a intentarlo.
Total que ya en la casa empezamos a leer las instrucciones, pero la caja decía una cosa y el instructivo anexo decía otra. Después de una siesta de dos horas, me levanté con la firme idea de ir al baño y quitarme la duda de una vez por todas. Un minuto después el resultado aparecía antes mis ojos y comencé a llorar. No pude evitarlo. Las lágrimas me invadieron y mi alma estaba en un estado en el que no pensé que podía estar. Las dos líneas color malva me dejaron claro que a partir de ese día era un hecho confirmado: éramos dos en donde antes era sólo una.
"Felicidades, Mr. D, vas a ser papá".
Tres días después de los primeros síntomas, visitamos a mi suegra y Mr. D comentó los hechos. Ella sin inmutarse siquiera dijo con toda la naturalidad del mundo que un embarazo era probable, y me dirigió una mirada dulce pero pícara. Nos aconsejó esperar unos días más para comprar el test casero y hacérmelo.
Toda esa semana yo seguí igual. Hasta siento que bajé de peso porque el asco no me dejaba comer casi nada. No me dejaba ver tele, ni siquiera toleraba el olor del café; y ni qué decir del cigarro: Mr. D ya fuma en el balcón. En fin, que hasta el viernes pasado decidí que no podía más con la incertidumbre y fuimos a la farmacia. La chunche nos costó 7,50 euros y yo no quise ni siquiera cargar la bolsita.
Mi cerebro llevaba días trabajando en las posibilidades. Tenía miedo del resultado. De cualquiera que este fuera. Había pedido a Dios y al Universo que me enviaran un hijo. Ahora estaba a punto de descubrir si mis rezos habían sido escuchados. Y en caso de que fuera una falsa alarma, sabía que mi corazón se rompería en mil pedacitos, pero como mi esposo me dijo: podríamos volver a intentarlo.
Total que ya en la casa empezamos a leer las instrucciones, pero la caja decía una cosa y el instructivo anexo decía otra. Después de una siesta de dos horas, me levanté con la firme idea de ir al baño y quitarme la duda de una vez por todas. Un minuto después el resultado aparecía antes mis ojos y comencé a llorar. No pude evitarlo. Las lágrimas me invadieron y mi alma estaba en un estado en el que no pensé que podía estar. Las dos líneas color malva me dejaron claro que a partir de ese día era un hecho confirmado: éramos dos en donde antes era sólo una.
"Felicidades, Mr. D, vas a ser papá".
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