Mi SS abuela (qepd), dentro de su infinita sabiduría era una mujer MUY HARTO EXTREMADAMENTE contradictoria. Y es que cuando yo la conocí, ya había pasado por tres maridos y había tenido seis retoñitos: cuatro niñas y dos niños. A sus hijas les enseñó a ser buenas esposas: a cocinar, a mantener una casa como Dios manda, a cuidar de los hijos y del marido y a no tomar decisiones sin consultarlas primero con él. Pero por otro lado, también les enseñó a no dejarse "ningunear por ningún tal por cual" (léase, dejarse dominar, humillar o a aguantar cosas desagradables como gritos, maltratos o infidelidades).
A sus hijos varones les enseñó a ayudar en la casa con las labores domésticas, desde limpiar ventanas, lavar alfombras o escombrar el garage, y a buscar una buena esposa que fuera tan buena como ella o sus hermanas: que cocinara rico, que fuera "bienhecha", que no fuera fodonga, que tuviera buenos principios y que "se diera su lugar".
Una vez que los matrimonios de todos se fueron por el caño porque los cónyuges nunca llenaron los altos estándares que ella les había inculcado a sus chamaquitos, la cosa se puso de otro color. Las hijas ahora debían de atender a sus hermanos ya divorciados, aunque estos arañaran los 40 años de edad y aunque ellos fueran perfectamente capaces de atenderse a sí mismos.
Recuerdo que incluso yo tenía la obligación de darle de cenar al Gordis, o de lavarle la ropa o de hacer el aseo de su depa (aunque claro de$pué$ él y yo llegamos a un arreglo). Así, la abuela que siempre me dijo que mi única obligación era estudiar y "llegar a ser alguien en la vida" ahora trataba de enseñarme a cocinar y a mantener una casa como Dios manda, porque uno nunca sabe el día de mañana qué marido me iba a tocar. Afirmaba que las mujeres de hoy no sabían ni freír un huevo y mucho menos lavar sus propios calzones; que ya no había moral ni principios y que ahora las mujeres sólo pensábamos en andar de pata de perro. Así quién nos iba a tomar en serio. Esto fue cuando yo era una adolescente.
Luego, vino otra etapa. Yo creo que se resignó de vernos a todos divorciados o solteros aún y ni pálida señal de que eso fuera a cambiar pronto cuando, volvió a cambiar los estándares. O al menos, los míos. Me dijo que quería que le diera bisnietos aunque no me casara, que las mujeres de hoy éramos perfectamente capaces de mantener un hogar solas, que para eso Dios nos había dado inteligencia y dos manos, y que no se nos iban a caer las lolas si nos metíamos a trabajar como cualquier hombre lo hacía. Yo ya trabajaba por supuesto y colaboraba con los gastos de mi casa aunque no con el aseo. Ella ya no me criticaba por pagarle a alguien más lo que yo no quería hacer aunque supiera como. Su empeño en formar una mujer bienhecha en mí le dio frutos. Pero ahora yo decidía si lavaba mi ropa o la mandaba a la lavandería, si trapeaba los pisos o le daba una lana a alguien más para que lo hiciera por mí. Y ella me apoyaba. Ya no me ponía la etiqueta de fodonga si en lugar de freírme un huevo, me iba al mercado por unos tacos de alambre.
Seguro mi abuela, si siguiera entre nosotros, se sorprendería de saber que cocino y que no me sale tan mal. Que en efecto, mi marido me trajo a un lugar muy lejano -aunque no es un cerro como ella auguraba- donde no hay mucho de lo que yo conozco pero que aún así me las ingenio. Seguro también me apoyaría si de vez en cuando en lugar de pasarme horas picando verduras, simplemente las agarro lavadas, picadas y listas para ser cocinadas en la parte de congelados del super.
Incluso podría apostar que estaría contenta de ver que a Mr D no se le fruncen los aguacates cuando pasa la aspiradora o el trapeador por toda la casa, cuando me ayuda a lavar los trastes o cuando tiende la cama -aunque mi papá lentre bromas y midiéndole el agua a los camotes conmigo, le insista que esas son cosas de viejas. Sí, seguro que estaría muy feliz, porque estos tiempos ya no son de mujeres en su casa atendiendo al marido y a los hijos, y los hombres trabajando fuera para llevar el sustento y siendo tremendos parásitos frente al televisor los fines de semana.
No, eso ya no funciona. Tanto hombres como mujeres tenemos las mismas responsabilidades de llevar una casa, de criar una familia y de colaborar en las tareas domésticas; ni las mujeres somos chachas ni los hombres son máquinas que sólo trabajan fuera del hogar. Lo siento por algunos a los que todavía no les cae el veinte y siguen buscando a la cenicienta que espera ser descubierta por el príncipe mientras se la pasa fregando pisos.
A sus hijos varones les enseñó a ayudar en la casa con las labores domésticas, desde limpiar ventanas, lavar alfombras o escombrar el garage, y a buscar una buena esposa que fuera tan buena como ella o sus hermanas: que cocinara rico, que fuera "bienhecha", que no fuera fodonga, que tuviera buenos principios y que "se diera su lugar".
Una vez que los matrimonios de todos se fueron por el caño porque los cónyuges nunca llenaron los altos estándares que ella les había inculcado a sus chamaquitos, la cosa se puso de otro color. Las hijas ahora debían de atender a sus hermanos ya divorciados, aunque estos arañaran los 40 años de edad y aunque ellos fueran perfectamente capaces de atenderse a sí mismos.
Recuerdo que incluso yo tenía la obligación de darle de cenar al Gordis, o de lavarle la ropa o de hacer el aseo de su depa (aunque claro de$pué$ él y yo llegamos a un arreglo). Así, la abuela que siempre me dijo que mi única obligación era estudiar y "llegar a ser alguien en la vida" ahora trataba de enseñarme a cocinar y a mantener una casa como Dios manda, porque uno nunca sabe el día de mañana qué marido me iba a tocar. Afirmaba que las mujeres de hoy no sabían ni freír un huevo y mucho menos lavar sus propios calzones; que ya no había moral ni principios y que ahora las mujeres sólo pensábamos en andar de pata de perro. Así quién nos iba a tomar en serio. Esto fue cuando yo era una adolescente.
Luego, vino otra etapa. Yo creo que se resignó de vernos a todos divorciados o solteros aún y ni pálida señal de que eso fuera a cambiar pronto cuando, volvió a cambiar los estándares. O al menos, los míos. Me dijo que quería que le diera bisnietos aunque no me casara, que las mujeres de hoy éramos perfectamente capaces de mantener un hogar solas, que para eso Dios nos había dado inteligencia y dos manos, y que no se nos iban a caer las lolas si nos metíamos a trabajar como cualquier hombre lo hacía. Yo ya trabajaba por supuesto y colaboraba con los gastos de mi casa aunque no con el aseo. Ella ya no me criticaba por pagarle a alguien más lo que yo no quería hacer aunque supiera como. Su empeño en formar una mujer bienhecha en mí le dio frutos. Pero ahora yo decidía si lavaba mi ropa o la mandaba a la lavandería, si trapeaba los pisos o le daba una lana a alguien más para que lo hiciera por mí. Y ella me apoyaba. Ya no me ponía la etiqueta de fodonga si en lugar de freírme un huevo, me iba al mercado por unos tacos de alambre.
Seguro mi abuela, si siguiera entre nosotros, se sorprendería de saber que cocino y que no me sale tan mal. Que en efecto, mi marido me trajo a un lugar muy lejano -aunque no es un cerro como ella auguraba- donde no hay mucho de lo que yo conozco pero que aún así me las ingenio. Seguro también me apoyaría si de vez en cuando en lugar de pasarme horas picando verduras, simplemente las agarro lavadas, picadas y listas para ser cocinadas en la parte de congelados del super.
Incluso podría apostar que estaría contenta de ver que a Mr D no se le fruncen los aguacates cuando pasa la aspiradora o el trapeador por toda la casa, cuando me ayuda a lavar los trastes o cuando tiende la cama -aunque mi papá lentre bromas y midiéndole el agua a los camotes conmigo, le insista que esas son cosas de viejas. Sí, seguro que estaría muy feliz, porque estos tiempos ya no son de mujeres en su casa atendiendo al marido y a los hijos, y los hombres trabajando fuera para llevar el sustento y siendo tremendos parásitos frente al televisor los fines de semana.
No, eso ya no funciona. Tanto hombres como mujeres tenemos las mismas responsabilidades de llevar una casa, de criar una familia y de colaborar en las tareas domésticas; ni las mujeres somos chachas ni los hombres son máquinas que sólo trabajan fuera del hogar. Lo siento por algunos a los que todavía no les cae el veinte y siguen buscando a la cenicienta que espera ser descubierta por el príncipe mientras se la pasa fregando pisos.
5 comentarios:
jijiji "no se le fruncen los aguacates" muy buena frase. Es difícil que una persona cambie sus paradigmas cuando toda la vida ha esperado algo de los hijos y poniendo el ejemplo. Pero sin duda los tiempos cambiaron y ahora los hombres o cooperan con la casa o se chingan porque ya no se puede cargar la responsabilidad en una persona.
Sí quieren alguien que les cocine, les lave, planche, cuide a los chiquillos, etc solamente buscandola en algún pueblo perdido y eso a veces ni así.
Que chidouu que tengas tan buena relación con Mr D.
Sip, sigo pensando que soy muy afortunada con este marido que me encontré, jijiji! Saludos, Angie!!
totalmente de acuerdo, aunque también tengo claro que con el arroz con leche que solía preparar, exclusivamente para mí, una vez por semana, me jodió cualquier cosa parecida a una vida sentimental.
tengo varios amigos que ya con sus .. bien grandes no son ni para levantar su plato de la mesa en cambio tengo otros que hacen el quehacer de su casa antes de que lleguen sus mamas, todo depende de como sigan criandolos, eso creo ...
Saludos D!
si me desaparezco es por que aca no tengo compu ni internet pero aqui ando de vez en cuando
Lear: jajajajajajaja!!!
Dianarl: no te preocupes, ya sé que andas de gira, cuídese! ;)
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