Hoy me desperté con una sola idea fija en la cabeza, así que lo tomaré como una señal para escribir el número que más escalofríos me provoca en esta serie.
De hecho, de toda la serie éste apartado es a mí parecer el más determinante en mi vida y ahí les va el porqué. Si El Innombrable no hubiera tomado la decisión de terminar su relación conmigo, yo no habría conocido a Mr D y por consiguiente no me habría casado con él ni me habría venido a vivir a Bélgica.
Lo que me habría esperado de haber seguido la relación no habría representado mayores cambios. Probablemente habría seguido con la misma rutina de miércoles y fines de semana, sin formalizar pero tampoco sin terminar. Compartiendo actividades lúdicas sin mayores compromisos ni ataduras. Sin embargo, después de año y medio de una relación no seria pero prácticamente exclusiva (no voy a entrar en detalles en cuanto al practicamente se refiere) yo me sentía muy estable, muy contenta y muy satisfecha con ella.
El final de la relación fue algo que yo no anticipé en ninguna manera. Todo parecía normal, salvo un par de señales que yo no supe ver a tiempo y de las cuales me percaté ya a distancia: ciertos olvidos importantes de su parte, la disminución de sus sonrisas y el aumento de sus silencios. Al verme sola esta vez no necesité psicólogo (dos sesiones no cuentan o sí?) ni estuve sin salir de casa por meses, tampoco hubo justos que pagaran por pecadores, ni one-night-stands para tratar de amagar el dolor de la ausencia. No hubo mayor drama.
Una vez, alguien muy sabio me dijo que estaba bien si un amor me derrumbaba (al haber sido fallido) pero que no podía permitirles a todos que me cimbraran de la misma manera. Así que al recordar estas palabras me prometí no dejarme avasallar por el dolor y la desesperación. Claro que estaban ahí, como sombras, a cada momento y todo lugar. Acechando la mínima señal de debilidad para ensañarse conmigo. Esperando la mínima pausa de mi cerebro para inundarme con recuerdos de ayeres más felices y de noches más ansiadamente esperadas. Así que me propuse vivir con él, hacerlo a un ladito nomás para que no me estorbara y seguir con mi trabajo que cada día me satisfacía menos, y tratar de llenar esos espacios de tiempo que antes ya estaban dedicados a alguien. Intenté inventarme actividades e incluso me hice el propósito de conocer gente nueva o de acercarme más a la que tenía a mano.
Todo esto funcionó como paliativo por un tiempo hasta que inevitablemente, tuve que dar lugar al duelo. Vinieron las lágrimas y las nunca respondidas preguntas: qué hice mal? en qué fallé? en qué me equivoqué? y un largo etc lleno de "y si hubiera" y "si no hubiera". Pasando esta etapa que afortunadamente no duró mucho, reconocí que no había respuesta más allá de la que ya sabía (aunque nadie le gusta saber que no es capaz de inspirar amor en el otro) , me dí a la tarea de levantarme y sacudirme el polvo de los raspones que me habían quedado.
Por días reflexioné en lo que en realidad quería. Quería a alguien en quién confiar, alguien a quién amar y con quién compartir mi vida, pero sobretodo, quería a alguien que no temiera enamorarse de mí, que se diera cuenta de que yo podía ser el amor de su vida, quería ser reconocida como una mujer valiosa y quería ser amada con pasión y devoción. Así como yo era capaz de amar y de entregarme.
Fue entonces que encontré a Mr D. La historia ya la conoce usted, querido lector. Y aunque al principio tuve miedo de que se asustara ante tanta exigencia, preferí eso antes de volver a jugarme el corazón (la dignidad y el amor propio como agregados) por nada a cambio. Tuve la fortuna de que él buscara exactamente lo mismo que yo.
Así es como deberían terminar todas las historias de desamor.
De hecho, de toda la serie éste apartado es a mí parecer el más determinante en mi vida y ahí les va el porqué. Si El Innombrable no hubiera tomado la decisión de terminar su relación conmigo, yo no habría conocido a Mr D y por consiguiente no me habría casado con él ni me habría venido a vivir a Bélgica.
Lo que me habría esperado de haber seguido la relación no habría representado mayores cambios. Probablemente habría seguido con la misma rutina de miércoles y fines de semana, sin formalizar pero tampoco sin terminar. Compartiendo actividades lúdicas sin mayores compromisos ni ataduras. Sin embargo, después de año y medio de una relación no seria pero prácticamente exclusiva (no voy a entrar en detalles en cuanto al practicamente se refiere) yo me sentía muy estable, muy contenta y muy satisfecha con ella.
El final de la relación fue algo que yo no anticipé en ninguna manera. Todo parecía normal, salvo un par de señales que yo no supe ver a tiempo y de las cuales me percaté ya a distancia: ciertos olvidos importantes de su parte, la disminución de sus sonrisas y el aumento de sus silencios. Al verme sola esta vez no necesité psicólogo (dos sesiones no cuentan o sí?) ni estuve sin salir de casa por meses, tampoco hubo justos que pagaran por pecadores, ni one-night-stands para tratar de amagar el dolor de la ausencia. No hubo mayor drama.
Una vez, alguien muy sabio me dijo que estaba bien si un amor me derrumbaba (al haber sido fallido) pero que no podía permitirles a todos que me cimbraran de la misma manera. Así que al recordar estas palabras me prometí no dejarme avasallar por el dolor y la desesperación. Claro que estaban ahí, como sombras, a cada momento y todo lugar. Acechando la mínima señal de debilidad para ensañarse conmigo. Esperando la mínima pausa de mi cerebro para inundarme con recuerdos de ayeres más felices y de noches más ansiadamente esperadas. Así que me propuse vivir con él, hacerlo a un ladito nomás para que no me estorbara y seguir con mi trabajo que cada día me satisfacía menos, y tratar de llenar esos espacios de tiempo que antes ya estaban dedicados a alguien. Intenté inventarme actividades e incluso me hice el propósito de conocer gente nueva o de acercarme más a la que tenía a mano.
Todo esto funcionó como paliativo por un tiempo hasta que inevitablemente, tuve que dar lugar al duelo. Vinieron las lágrimas y las nunca respondidas preguntas: qué hice mal? en qué fallé? en qué me equivoqué? y un largo etc lleno de "y si hubiera" y "si no hubiera". Pasando esta etapa que afortunadamente no duró mucho, reconocí que no había respuesta más allá de la que ya sabía (aunque nadie le gusta saber que no es capaz de inspirar amor en el otro) , me dí a la tarea de levantarme y sacudirme el polvo de los raspones que me habían quedado.
Por días reflexioné en lo que en realidad quería. Quería a alguien en quién confiar, alguien a quién amar y con quién compartir mi vida, pero sobretodo, quería a alguien que no temiera enamorarse de mí, que se diera cuenta de que yo podía ser el amor de su vida, quería ser reconocida como una mujer valiosa y quería ser amada con pasión y devoción. Así como yo era capaz de amar y de entregarme.
Fue entonces que encontré a Mr D. La historia ya la conoce usted, querido lector. Y aunque al principio tuve miedo de que se asustara ante tanta exigencia, preferí eso antes de volver a jugarme el corazón (la dignidad y el amor propio como agregados) por nada a cambio. Tuve la fortuna de que él buscara exactamente lo mismo que yo.
Así es como deberían terminar todas las historias de desamor.
2 comentarios:
y es que bien dicen que no es que uno no vea las señales si no que no las quiere ver por eso de pronto este tipo de acontecimientos nos toman por sorpresa,pero afortunadamente el innombrable tomo esa decisión y ahora tu eres una mujer felizmente enamorada :D
saludos D!
Hola D. Por algo pasan las cosas. A lo mejor si el no hubiera existiera hoy tu estarias en oro lugar, a lo mejor con varios hijos, a lo mejor sin haber podido terminar tu carrera, pero por algo no fue asi. Que al final de cuentas has salido ganando mucho como ha sido tu vida hasta el momento, con caidas y raspones pero también con muchos logros y sobre todo llena de valor para enfrentar la vida, ahora al lado de un hombre que sabe amarte.
Un beso gigante y abrazos.
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