Hubo una noche en que viendo Grey's Anatomy me identifiqué cabronamente con el personaje protagonista. Digo, no es una novedad, para eso es un melodramón y eso es lo que le gusta al público. Ver reflejadas sus propias miserias en la pantalla. El caso es que esa noche era el capítulo del suéter. No recuerdo la temporada ni detalles específicos y no voy a ponerme a averiguarlo en este momento. Ese es trabajo de los fanS. A grandes rasgos, Meredith se desilusiona una vez más de su fallida relación con el McDreamy y también de su fallido intento de sacárselo del corazón a costillas de un guapo veterinario. Piensa que se olvidará del amor y del sexo y se dedicará a tejer un suéter.
Apagué la compu de una vez por todas porque no tenía un sólo mensaje y los mini-chats eran más aburridos y sin sentido, que un libro de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Borré como siempre, los correos spam y dediqué toda mi atención a la caja idiota.
Yo me sentía tan triste y tan identificada. Estaba cansada de sentirme así pero no podía hacer nada al respecto. Era más fuerte que yo. Repasaba una y otra vez la última conversación telefónica, mis lágrimas y las suyas. No entendía qué había pasado ni dónde había estado el error. Aparentemente, éramos muy felices. Yo era feliz y pensaba que él también. Estaba equivocada. Guardaba una de sus fotos en mi celular y cada vez que la veía me daba cuenta que sus ojos denotaban tristeza, que me miraba diferente, que ya no sonreía, que siempre estaba ensimismado, callado, pensativo. Muchos meses después me cayó el veinte del tiempo que había transcurrido sintiéndose él atrapado en una buena relación y sin pretexto alguno para terminarla.
Al principio yo llevaba la batuta. Lo recordaba. Él era el que me buscaba y yo decidía si tenía tiempo para atenderlo o no. Supongo que eso era lo que me hacía tan atractiva. El saber que no podía controlarme, ni exigirme, ni dominarme. Pero maldito amor me jugó sucio y bajé las manos. Él perdió el interés al saberme conquistada. Si hubiera seguido siendo una cabrona, o si no le hubiera dicho que lo amaba, si hubiera hecho tal, o si hubiera dejado de hacerlo... Miles de pensamientos me cruzaban la cabeza y me fustigaban el corazón.
A veces lo odiaba, lo maldecía y deseaba que sufriera tanto como sufría yo. Que se enamorara y lo mandaran al diablo así, sin aviso, ni señal previa, sin excusas, sin amor. Que pasara noches interminables pensando que era un pendejo al que nunca nadie iba a amar ... nadie excepto yo, obvio.
También me mataban los celos de saber que ya tenía a otra. Que había alguien más que le perfumaba la cama y la vida, que le ayudaba a decorar su casi vacío-por-más-de-un-año departamento, y si la hubiera tenido enfrente habría invocado al mismísimo diablo para que la partiera a la mitad de un sólo madrazo. Moría de celos, de deseos de venganza y de frustración, así por muchas noches, y luego volvía a llorar hasta quedarme dormida.
Apagué la compu de una vez por todas porque no tenía un sólo mensaje y los mini-chats eran más aburridos y sin sentido, que un libro de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Borré como siempre, los correos spam y dediqué toda mi atención a la caja idiota.
Yo me sentía tan triste y tan identificada. Estaba cansada de sentirme así pero no podía hacer nada al respecto. Era más fuerte que yo. Repasaba una y otra vez la última conversación telefónica, mis lágrimas y las suyas. No entendía qué había pasado ni dónde había estado el error. Aparentemente, éramos muy felices. Yo era feliz y pensaba que él también. Estaba equivocada. Guardaba una de sus fotos en mi celular y cada vez que la veía me daba cuenta que sus ojos denotaban tristeza, que me miraba diferente, que ya no sonreía, que siempre estaba ensimismado, callado, pensativo. Muchos meses después me cayó el veinte del tiempo que había transcurrido sintiéndose él atrapado en una buena relación y sin pretexto alguno para terminarla.
Al principio yo llevaba la batuta. Lo recordaba. Él era el que me buscaba y yo decidía si tenía tiempo para atenderlo o no. Supongo que eso era lo que me hacía tan atractiva. El saber que no podía controlarme, ni exigirme, ni dominarme. Pero maldito amor me jugó sucio y bajé las manos. Él perdió el interés al saberme conquistada. Si hubiera seguido siendo una cabrona, o si no le hubiera dicho que lo amaba, si hubiera hecho tal, o si hubiera dejado de hacerlo... Miles de pensamientos me cruzaban la cabeza y me fustigaban el corazón.
A veces lo odiaba, lo maldecía y deseaba que sufriera tanto como sufría yo. Que se enamorara y lo mandaran al diablo así, sin aviso, ni señal previa, sin excusas, sin amor. Que pasara noches interminables pensando que era un pendejo al que nunca nadie iba a amar ... nadie excepto yo, obvio.
También me mataban los celos de saber que ya tenía a otra. Que había alguien más que le perfumaba la cama y la vida, que le ayudaba a decorar su casi vacío-por-más-de-un-año departamento, y si la hubiera tenido enfrente habría invocado al mismísimo diablo para que la partiera a la mitad de un sólo madrazo. Moría de celos, de deseos de venganza y de frustración, así por muchas noches, y luego volvía a llorar hasta quedarme dormida.
2 comentarios:
y cuando conoceras a Mr. D ???
jajajaja es que eso me intrigaa
anda anda D andaaaaa
Hola D!...me tienes picada con tu historia.
Me gusta el nuvo diseno del blog.
Saludos!
p.d. Jeje la verificacion de la palabra que me toco es: 'cothex'.
Publicar un comentario